Aborto y cáncer de mama

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En España un 25% de los enfermos mueren de cáncer todos los años. De ellos, el cáncer más frecuente en la mujer y el más mortal es el cáncer de mama. Constituye el 32% de todos los tipos de cáncer femenino, y el 7% de los cánceres en general. Los factores de riesgo son principalmente hormonales y un 60% de los cánceres de mama son hormonodependientes, causados por un exceso de estrógenos, la hormona femenina. Se consideran factores de riesgo la ausencia de embarazos y los embarazos tardíos, así como la menstruación precoz y la menopausia tardía, todo lo cual genera un nivel más alto de estrógenos. También parece que la probabilidad aumenta por el tabaquismo, el estrés y la predisposición genética, así como por una dieta desequilibrada. Sin embargo, estos factores no son significativos ni determinantes, y parece haber un vacío etiológico de un 50%; dicen que la mitad del riesgo se debe a factores desconocidos. La mitad de los cánceres de mama diagnosticados se sitúa entre los 35 y los 54 años, aunque en los últimos años, esta media de edad ha disminuido en 5 años. Según fuentes especializadas, “se ha adelantado considerablemente la edad a la que se tiene esta enfermedad”. En los Cursos de Verano de la Universidad Menéndez Pelayo del año 1999, un especialista declaraba: “antes era muy poco normal encontrar un cáncer de mama en una mujer de menos de 35 años. Ahora no es raro verlo en una chica que no llega a los 30. No sabemos por qué sucede esto; sólo sabemos que una de cada 10 mujeres españolas desarrollará un cáncer de mama en los próximos 10 años”. (Ver más)

Curiosamente, en Estados Unidos ha ocurrido el mismo fenómeno: el aumento de cáncer de mama en mujeres cada vez más jóvenes. Desde mediados de los años 80, el cáncer de mama de mama ha aumentado más del 40%, pero no en mujeres mayores, como era habitual, sino en mujeres jóvenes... en mujeres con edad de haber abortado después de 1973, fecha de la legalización del aborto. ¿Podría ser éste, acaso, el misterioso factor de riesgo que nadie quiere conocer? Desde 1957 en que el Dr. Segi et al.1 estudió la incidencia del cáncer de mama en Japón en una población de 3.000 mujeres y descubrió un 160% de aumento del riesgo en las que habían abortado voluntariamente, hay ya más de 38 estudios epidemiológicos internacionales, de los cuales 29 muestran una correlación positiva y significativa entre aborto y cáncer de mama. De ellos, 5 estudios indican el doble de riesgo… o más.

Según un estudio publicado en 1994 en el Journal of the National Cancer Institute por la Dra. Daling et al., en los casos en que había antecedentes familiares y la mujer abortaba después de los 30 años, el riesgo aumentaba un 270%! De las 12 mujeres que habían abortado antes de los 18 años y que tenían algún antecedente familiar, el 100% desarrollaron cáncer de mama antes de los 45 años. El riesgo relativo era, pues, ¡infinito! Y en las mujeres sin antecedentes familiares, el aumento del riesgo era de un 150%. En mujeres que ya habían llevado un embarazo a término, el riesgo de cáncer de mama en las que abortaron era de un 50% más; entre ellas, las jóvenes menores de 18 años y mayores de 29 con aborto provocado aumentaron el riesgo más de un 100%. De ellas, las que tenían antecedentes familiares aumentaron el riesgo un 80%. Curiosamente, esta investigadora era pro-abortista. Igualmente, un meta análisis de la Dra. Nadine Andrieu revelo un aumento del 600% en mujeres con más de un aborto.

Después del estudio de Daling y de otros que mencionaremos brevemente, el prestigioso New England Journal of Medicine reconoció, en febrero del 2000, la relación entre aborto y cáncer de mama, en un artículo de investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pennsylvania. Poco después, el 13 de marzo del año 2000, el Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos del Reino Unido avisó a sus colegiados de que la relación entre aborto y cáncer de mama era real y que debía tenerse en cuenta. Esta nota hacía referencia a la fiabilidad de un meta-análisis realizado en 1996 por el Dr. Joel Brind, pionero y experto norteamericano en el estudio del aborto y cáncer de mama. En este meta-análisis, el Dr. Brind hizo una media de los 31 estudios realizados hasta el momento sobre aborto y cáncer de mama, y lo publicó en el Journal of Epidemiology & Community Health. Los resultados fueron que, incluyendo los estudios negativos (6), había un 50% de aumento de riesgo para las mujeres que habían abortado antes de su primer hijo y un 30% de aumento en general en las que habían abortado después del primer hijo.

Sin embargo, hay mucho que hablar sobre los estudios supuestamente negativos. Uno de ellos era el del Dr. Rohan, realizado en Adelaida, Australia y publicado en el American Journal of Epidemiology en 1988. El estudio evaluaba el riesgo asociado a numerosos factores como la obesidad, la menopausia, la menarquia, la primiparidad, los antecedentes familiares, etc. Sus conclusiones señalaban varios factores de aumento de riesgo: mayor edad de primiparidad, no tener hijos, menopausia retrasada, antecedentes familiares... pero nada sobre el aborto. Sin embargo, en 1995 apareció en Francia un pequeño meta-análisis de Nadine Andrieu et al. de seis estudios sobre el efecto sinérgico entre los antecedentes familiares y el aborto provocado. Usó algunos datos de los estudios que no habían sido publicados, entre ellos algunos del estudio del Dr. Rohan. Sorprendentemente, reveló que el único factor de riesgo estadísticamente significativo en el estudio de Australia era el aborto: un 160% más de riesgo! Y había sido ocultado en sus conclusiones.

Pero no es ese el único caso, por desgracia. En 1997 se publicó en el New England Journal of Medicine un estudio realizado en Dinamarca por el Dr. Melbye et al. y financiado por el Instituto Nacional de Cáncer norteamericano y el Departamento de Defensa de los EE.UU., con la intención de desacreditar y rebatir el meta-análisis del Dr. Brind. Se presentó como “el estudio definitivo” que debía convencer al mundo de que “el aborto inducido no tenía nada que ver con el cáncer de mama”. La muestra era espectacular: un millón y medio de mujeres nacidas en Dinamarca entre los años 1935 y 1978. Más de 400.000 abortos y más de 10.000 casos de cáncer de mama. Parecía definitivo, si no fuera por algunas peculiaridades. La primera, que los casos de cáncer de mama se empezaron a contabilizar en 1968 y los abortos sólo a partir de 1973. ¡5 años y medio de diferencia! Curiosa metodología la de contabilizar los casos de una enfermedad antes de darse la supuesta causa de la misma. La excusa fue que el aborto no era un derecho de la mujer hasta 1973, cuando en realidad el aborto ya era legal y habitual en Dinamarca desde 1939. Según el anuario estadístico danés correspondiente a los años en que no se contabilizaron los abortos, se habían omitido la friolera de ¡60.000! Pero aún así, encontraron un aumento del 44% de riesgo de cáncer de mama tras el aborto inducido. Sin embargo, para poder cumplir su objetivo, procuraron obviarlo por todos los medios, haciendo lo que se llama un ajuste de cohorte. A pesar de todo, y como muestra un estudio anterior de Ewertz y Duffy (1988), el aborto aumentaba el riesgo de cáncer de mama el doble o el triple, siendo posiblemente el mayor factor de riesgo para el cáncer de mama en Dinamarca.

Tras la publicación de los resultados de Melbye, el Instituto Nacional de Cáncer de EE.UU. afirmaba en su página web, que no había pruebas convincentes de una relación directa entre el cáncer de mama y el aborto provocado. Afirmaban, incluso, que los estudios realizados sobre el tema eran sólo experimentales y no estudios humanos…. ¡cuando ellos mismos habían financiado el estudio de Melbye!

Pero el Congreso de los EE.UU. no está de acuerdo con la política del INC norteamericano y, en junio del 2002, ha clausurado su página web hasta que no avisen en ella de la correlación entre aborto y cáncer de mama (ver Noticias).

Veamos qué otros estudios justifican esta presión del Congreso norteamericano sobre el Instituto Nacional de Cáncer.

Ya en 1970, la Organización Mundial de la Salud encargó un estudio al Dr. McMahon et al., que se publicó en el Boletín de la OMS con el título de “Edad en el primer parto y riesgo de cáncer de mama”.  Sus conclusiones llevaron a la clase médica a reconocer que el riesgo de la enfermedad disminuye cuanto menor sea la edad de la mujer al primer parto (primiparidad). La muestra fueron las mujeres de 7 de sus centros y los resultados, que en 4 de sus centros hubo una correlación positiva entre cáncer de mama y abortos. Sin embargo, el estudio era metodológicamente defectuoso porque que no distinguía entre abortos provocados y abortos espontáneos, cuantificando ambos indistintamente, a pesar de ser totalmente distintos. Aún así, aparecía ya la correlación positiva. 

Un estudio posterior observaba la diferencia entre estas dos formas de aborto: el trabajo de Malcolm Pike y colegas de la Universidad del Sur de California (USC) en 1981. A pesar de disponer de una muestra pequeña, pues el aborto había sido legalizado sólo 8 años antes, encontraron que tanto los anticonceptivos orales antes del primer embarazo a término, como el aborto de primer trimestre estaban asociados con un riesgo elevado de cáncer de mama: un aumento del 140%. Aunque por la escasez de pacientes (163) no fue significativo estadísticamente, sirvió para que, al año siguiente, la prestigiosa revista Science publicara un artículo de un científico llamado Willard Cates en el que pedía que se diera información fiable a las mujeres sobre la relación de aborto y cáncer de mama, para que pudieran tomar una decisión responsable.

Pero, como siempre en este tema, enseguida apareció un artículo (1982) en el British Journal of Cancer tranquilizando a la población de que los hallazgos de Pike no eran relevantes. Los epidemiólogos Dole y Vessey examinaron a 1.176 mujeres con cáncer de mama entre 15 y 50 años para rebatir la relación aborto-cáncer de mama. Pero había un pequeño problema en su grandilocuente investigación: que el número de mujeres, en esta muestra, que habían abortado era sólo “un puñado”. Evidentemente, estos resultados sí que son totalmente irrelevantes.

Poco tiempo antes, otro estudio realizado por Russo et al. (Am J of Patho.) había confirmado experimentalmente la conexión A/CM. El estudio usó ratones vírgenes, abortadas, y parturientas con y sin lactancia. Los resultados fueron que el 77’7% de las abortadas desarrollaban cáncer de mama contra ninguna parturienta, descubriendo en las biopsias que los tejidos de las parturientas estaban más diferenciados. También desarrollaban la enfermedad el 68% de los ratones vírgenes. Este estudio aportó la base biológica que faltaba. Desde entonces, Russo et al. han seguido investigando y puede verse en Lanfranchi A. The Linacre Quarterly 76(3) (August 2009): 236–249. Esta explicación biológica figura en una presentación hecha en la Universidad de Cornell (EEUU).

Otro estudio importante posterior realizado por Clarck y Chua, publicado en Clinical Oncology en 1989, mostraba que la mujer que está embarazada cuando se le diagnostica un cáncer de mama o se queda embarazada una vez contraído el cáncer, tiene muchas más probabilidades de curarse si lleva su embarazo a término que si aborta a su hijo.
           

En 1989 apareció el primer estudio prospectivo basado en datos, eliminando así el posible sesgo de entrevista. Howe et al. (Int. J Epid) examinaron los historiales médicos de las mujeres que habían muerto de cáncer en Nueva York. Hallaron que, en las que habían abortado, aparecía un 90% de aumento de riesgo. Este mismo autor publicó otro estudio en el 2001 en el Journal of the National Cancer Institute sobre la situación del cáncer en EE.UU. entre los años 1973 y 1998. Le acompañaban autores del NCI, del ACS, del CDC y de la North American Association of Central Cancer Registries. Los resultados mostraban claramente que desde 1987, la incidencia creciente de cáncer de mama (un 40%) se había dado exclusivamente en el grupo de edad más joven de la muestra (de 50-64 años). Estas mujeres forman parte de la generación del aborto.

Y así podemos seguir hasta los más de 29 estudios que, como hemos dicho, muestran una correlación positiva entre aborto y cáncer de mama. Pero basta decir, para terminar, que hasta los mismos defensores del anorto empiezan a reconocer la realidad de esta conexión. Así, el Dr. Lynn Rosenberg, hablando en nombre del Centro para la Legislación y Política Reproductiva en 1999, reconoció que una joven que aborte a su primer hijo tiene más probabilidades que contraer cáncer de mama más adelante que si da a luz a su hijo.

También parece que las autoridades sanitarias de alto nivel son conscientes de esta relación, como expuso la Dra. Angela Lafranchi en uno de los juicios que, sobre este tema, se están celebrando en EE.UU. Bajo juramento afirmó que “durante los últimos tres o cuatro años he hablado con muchas autoridades y gente que podía estar bien informada. Algunas me han dicho claramente que sabían que era un factor de riesgo pero que era un tema demasiado político para hablar de ello.”

Pero, a su pesar, esta conexión está saliendo a la luz a través de las sentencias de algunos tribunales. El primero de ellos fue en Australia, en el año 2001, en que una mujer demandó a su médico por no haberla avisado de las secuelas psicológicas y del riesgo de cáncer de mama al practicarla un aborto. A pesar de no haber contraído en cáncer, ganó el juicio y recibió una buena indemnización. Igualmente está ocurriendo en EE.UU., donde el abogado John Kindley publicó en 1999 en el Wisconsin Law Review, un artículo sobre el consentimiento informado, la obligación de los médicos de informar a la mujer de los riesgos del aborto. Desde entonces está llevando casos de denuncias de mujeres a clínicas abortistas. Su artículo fue circulado entre todos los congresistas norteamericanos por uno de ellos, el Dr. Dave Weldon, en 1999, hablando del aborto como una “bomba de relojería sanitaria” y “un riesgo sanitario notable.”

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PREGUNTAS CON RESPUESTA:
 

¿Por qué hay más probabilidad de contraer CÁNCER DE MAMA cuando se aborta?

Porque las células mamarias proliferan a partir del momento de la concepción por causa del aumento de estrógeno en sangre, la hormona sexual femenina, que empieza a producirse en los ovarios a los pocos días de la concepción. A finales del primer trimestre, el nivel de estrógeno en sangre llega a un 2000% (más de seis veces superior al nivel del no-embarazo). Hasta el tercer trimestre, la hormona estradiol (un tipo de estrógeno) hace proliferar las células mamarias, entre las cuales puede haber células pre-cancerosas. Es por ello que el estrógeno se considera un cancerígeno secundario. A partir del tercer trimestre acaba el proceso de proliferación y comienza el de diferenciación, por el que las células mamarias se convierten en tejido mamario. Si ocurre un aborto antes de ese tiempo, la mujer queda con más células mamarias indiferenciadas, y por tanto potencialmente cancerígenas, que antes de quedar embarazada. Si, por el contrario, si lleva el embarazo a término, aumenta su protección contra el cáncer de mama para el resto de su vida.

¿Ocurre igual con los abortos naturales?

No, porque los abortos naturales se producen precisamente por una escasez de estrógenos debido a la disminución en la producción de progesterona. Cuando el embarazo no es viable, el organismo poco a poco deja de producir estradiol (progesterona) hasta que se produce el aborto espontáneo. Por tanto, tampoco se producen los estrógenos que harían proliferar las células mamarias.

 

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